Perspectiva de un estudiante- Joaquín Baerga
Desde pequeño, yo he tenido que lidiar con un dilema que nace de un pacto implícito que he formado con mis compañeros de clase. Siempre he afirmado que mi deseo de mantenerlo surge de un sentido de solidaridad que he desarrollado a medida que voy conociendo sobre aquellos que interactúan conmigo en el día a día, pero, en realidad, mi firme lealtad al pacto se debe a una necesidad de preservar mi reputación. De manera egoísta, teniendo conocimiento sobre las fechorías de mis compañeros, yo me he comprometido a permanecer callado ante las autoridades cuando surge un asunto cuyas repercusiones podrían ponerlos en peligro. Yo he decidido que no voy a ser chota.
Mi punto de vista cambia cuando las acciones de mis compañeros afectan directamente mi experiencia estudiantil. Ahora me enfrento a un nuevo dilema. Me veo privado de un espacio para estudiar, y las autoridades me incitan a delatar a los que son culpables por la ausencia de aquel espacio, a la vez que me incumben en el asunto y me tratan como cómplice. Entonces, me veo confligido ante las expectativas de mis compañeros y las de los adultos encargados y, necesariamente, me hago las siguientes preguntas: ¿Sería justificado que yo delate a mis compañeros para propósitos de recuperar el espacio de estudio? ¿Valdría la pena sacrificar mi reputación entre mis compañeros? Para propósitos de restablecer el orden, sin tomar en cuenta mi reputación, lo preferible sería delatar a mis compañeros. Ahora bien, yo pienso que esta opción haría más daño que bien porque, aunque serviría de remedio para el problema en cuestión, en fin contribuirá a una división entre aquellos compañeros que estén a favor o en contra de mis acciones.
Perspectiva de una maestra- Cristina Flores
Constantemente me encuentro de árbitro en situaciones de disciplina. Dos polos, dos grupos, dos facciones. Ante esto el camino más fácil es instar a una facción a delatar a la que esté cometiendo la infracción. Me surge ahora el pensamiento de que siempre lo he hecho mal. Hacerlo de esta forma coloca a mis estudiantes en situaciones muy difíciles y siguen dando ventaja al que lo está haciendo mal.
No es deber del que hace lo correcto delatar o denunciar al que no lo está haciendo bien, si no más bien es RESPONSABILIDAD del infractor entender que su acción perjudica a otros. Ahora bien, como educadora es mi deber hacer entender que un ignaciano debe ser valiente y asumir las consecuencias de sus decisiones. A fin de cuentas, todo lo que hacemos es una decisión.
El Papa Francisco dice que,” Tomar una decisión buena, una decisión correcta, te conduce siempre a esa alegría final. Quizá en el camino se debe sufrir un poco, pensar, buscar, pero al final la decisión correcta te llena de alegría”. El gran reto entonces tanto para maestros y administradores es instar a nuestros estudiantes a tomar decisiones correctas y morales, donde puedan asumir de manera consciente y responsable las consecuencias de sus actos, donde haya espacio para un verdadero proceso de discernimiento que empieza con la consciencia del otro y de sí mismo. Nuestro rol no es perseguir para castigar, sino acompañar en el proceso de crecer como hombres que asumen la responsabilidad de sus actos de forma consciente porque recordemos: educamos para la vida.
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